Psico-oncología

El Duelo Silencioso en el Cáncer: Cuando la Pérdida No Siempre Se Ve

Lic. Delfina Huarte
27 de agosto de 2025
9 min lectura
El Duelo Silencioso en el Cáncer: Cuando la Pérdida No Siempre Se Ve

El duelo en el cáncer: cuando la pérdida no siempre se ve

Cuando hablamos de cáncer, la conversación suele estar enfocada en diagnósticos y tratamientos. Se habla del cuerpo, de células, de datos. Sin embargo, hay otra dimensión igualmente significativa y muchas veces silenciosa: la del duelo.

La palabra duelo proviene del latín duelus, que significa “dolor”. El duelo aparece cada vez que algo valioso se pierde o se transforma de manera abrupta. Puede tratarse de un duelo por la ruptura de una relación, duelo por migrar de país, duelo por la pérdida de alguien querido, entre muchas otras situaciones.

La enfermedad oncológica no se limita solo a lo orgánico. Provoca un cuestionamiento profundo y un desequilibrio integral, porque no somos solo cuerpo; somos seres psicobiosociales, inmersos en una cultura, con creencias, vínculos, proyectos, roles y significados. Por eso, no se limita a solo ser una enfermedad localizada, sino que nos atraviesa en muchas esferas de la vida.

“El cáncer irrumpe de forma abrupta en la vida de la persona, desestabilizando sus certezas y provocando una ruptura en su equilibrio vital” (Cruz Hernández, del Barco Morillo & Franco Suárez-Bárcena, 2007, p. 210).

Este impacto afecta una historia, una identidad, una trama vital compleja. Y frente a ello, se activan diversas formas de duelo. Diversas pérdidas que comienzan desde el inicio del diagnóstico:

  • La salud: incluso antes de que surjan síntomas físicos, la percepción de bienestar, de “estar sano”, se ve afectada.
  • La estabilidad y el control: las rutinas, los planes, el día a día cambian.
  • La autonomía: la necesidad de asistencia en tareas que antes se realizaban con naturalidad puede generar incomodidad y/o frustración.
  • La vida laboral y social: aparecen limitaciones para mantener rutinas laborales, sostener vínculos o continuar con actividades habituales.
  • La identidad previa: la autopercepción construida hasta el momento se ve desafiada por los cambios físicos y emocionales.
  • La imagen corporal: los cambios físicos producidos por cirugías u otros tratamientos pueden afectar profundamente la forma en que la persona se ve y se siente. Esto impacta no solo en la autoestima, sino también en la sexualidad, los vínculos y la relación con el propio cuerpo.

Estas pérdidas no son menores. Cada una activa un proceso emocional único, que debe ser reconocido y acompañado. La vivencia del cáncer es diferente para cada persona y depende de diferentes factores: el significado que cada uno le otorga a la enfermedad, la historia personal, duelos previos, el tipo de tumor, los tratamientos, el entorno social, entre otros.

Un proceso que no es lineal

El duelo no transcurre de manera ordenada. Las emociones pueden surgir de forma intermitente: tristeza, enojo, confusión, miedo, alivio. Es importante comprender que no se trata de retrocesos, sino de un proceso dinámico de aceptación.

Para comprender este proceso de manera más flexible, el psicólogo William Worden propone un enfoque basado en tareas del duelo, en lugar de etapas fijas. Desde esta mirada, el duelo no es algo que simplemente “pasa”, sino un trabajo emocional activo que cada persona realiza a su ritmo.

Estas tareas son:

  • Aceptar la realidad de la pérdida. Reconocer internamente que algo importante se perdió, aunque la mente o el cuerpo aún se resistan.
  • Trabajar las emociones asociadas. Dar lugar al dolor, la tristeza, la rabia o el miedo sin evitarlos ni taparlos. Nombrarlos es parte del proceso de elaboración.
  • Adaptarse a un entorno en el que eso perdido ya no está. Esto puede implicar cambios en los roles, la rutina o la imagen de uno mismo. En el contexto oncológico, a veces implica redefinir la vida diaria o los vínculos.
  • Recolocar emocionalmente lo perdido y continuar viviendo. No se trata de olvidar, sino de darle un nuevo lugar simbólico a lo perdido, para poder abrirse a lo que sigue.

Estas tareas no tienen un orden obligatorio ni un tiempo establecido. Algunas personas avanzan, retroceden, se detienen o repiten. Lo importante es que el proceso sea acompañado con respeto, escucha y presencia.

Aceptar que la vida no será como antes no implica una resignación. Muchas veces, este proceso abre la posibilidad de descubrir nuevas formas de habitar el cuerpo, los vínculos y el tiempo.

Para Frankl (2004), incluso en el sufrimiento puede encontrarse sentido, si se lo aborda con una actitud consciente. Aunque el recorrido sea complejo, se trata de reconocer que también puede haber transformación, aprendizaje y crecimiento.