Cuando hablamos de cáncer, la conversación suele estar enfocada en diagnósticos y tratamientos. Se habla del cuerpo, de células, de datos. Sin embargo, hay otra dimensión igualmente significativa y muchas veces silenciosa: la del duelo.
La palabra duelo proviene del latín duelus, que significa “dolor”. El duelo aparece cada vez que algo valioso se pierde o se transforma de manera abrupta. Puede tratarse de un duelo por la ruptura de una relación, duelo por migrar de país, duelo por la pérdida de alguien querido, entre muchas otras situaciones.
La enfermedad oncológica no se limita solo a lo orgánico. Provoca un cuestionamiento profundo y un desequilibrio integral, porque no somos solo cuerpo; somos seres psicobiosociales, inmersos en una cultura, con creencias, vínculos, proyectos, roles y significados. Por eso, no se limita a solo ser una enfermedad localizada, sino que nos atraviesa en muchas esferas de la vida.
“El cáncer irrumpe de forma abrupta en la vida de la persona, desestabilizando sus certezas y provocando una ruptura en su equilibrio vital” (Cruz Hernández, del Barco Morillo & Franco Suárez-Bárcena, 2007, p. 210).
Este impacto afecta una historia, una identidad, una trama vital compleja. Y frente a ello, se activan diversas formas de duelo. Diversas pérdidas que comienzan desde el inicio del diagnóstico:
Estas pérdidas no son menores. Cada una activa un proceso emocional único, que debe ser reconocido y acompañado. La vivencia del cáncer es diferente para cada persona y depende de diferentes factores: el significado que cada uno le otorga a la enfermedad, la historia personal, duelos previos, el tipo de tumor, los tratamientos, el entorno social, entre otros.
El duelo no transcurre de manera ordenada. Las emociones pueden surgir de forma intermitente: tristeza, enojo, confusión, miedo, alivio. Es importante comprender que no se trata de retrocesos, sino de un proceso dinámico de aceptación.
Para comprender este proceso de manera más flexible, el psicólogo William Worden propone un enfoque basado en tareas del duelo, en lugar de etapas fijas. Desde esta mirada, el duelo no es algo que simplemente “pasa”, sino un trabajo emocional activo que cada persona realiza a su ritmo.
Estas tareas son:
Estas tareas no tienen un orden obligatorio ni un tiempo establecido. Algunas personas avanzan, retroceden, se detienen o repiten. Lo importante es que el proceso sea acompañado con respeto, escucha y presencia.
Aceptar que la vida no será como antes no implica una resignación. Muchas veces, este proceso abre la posibilidad de descubrir nuevas formas de habitar el cuerpo, los vínculos y el tiempo.
Para Frankl (2004), incluso en el sufrimiento puede encontrarse sentido, si se lo aborda con una actitud consciente. Aunque el recorrido sea complejo, se trata de reconocer que también puede haber transformación, aprendizaje y crecimiento.